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Mendoza, en la Argentina, está tan lejos de México que uno piensa que allá debe haber algo que valga mucho la pena para lanzarse a un periplo tan largo. Su oferta turística es variada: centros de esquí en nieve a unos cuantos kilómetros cuando es verano en el Hemisferio Norte, turismo rural, ecoturismo, turismo de aventura, casinos, compras y valles donde se ubican grandes zonas vitivinícolas.
Sin embargo, el mexicano puede encontrar dos grandes razones para decidirse a ir a esta provincia de Argentina: las compras y los vinos. Lo primero, porque desde que estalló en ese país la crisis económica de la que aún no acaba de salir, el peso argentino se devaluó fuertemente frente al dólar, lo cual lo convirtió en un país barato para los extranjeros.
Lo más propicio para comprar aquí son los artículos de piel o “cuero”, como ellos le llaman, y excelentes vinos por cantidades que fluctúan entre los veinte y treinta dólares. La comida también resulta barata y por poco dinero puedes traer regalos para toda la familia y los amigos.
No obstante, el atractivo del bajo precio es circunstancial, ya que el verdadero y gran motivo para viajar a Mendoza no son los precios de sus vinos, sino su calidad, reconocible aunque no seas experto en la materia.
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Conocer los viñedos y las bodegas que aquí hay por docenas, se ha convertido en un atractivo turístico que los mendocinos han sabido explotar. Las autoridades locales de turismo desarrollaron circuitos sobre el tema y algunas de las más importantes casas productoras ofrecen tours en los que, por 45 dólares, el visitante recibe una explicación y el recorrido por las fábricas para conocer el proceso de elaboración.
Visita los viñedos, que se extienden sobre valles coronados por la soberbia cordillera de Los Andes, participa de una degustación de vinos y finaliza con un almuerzo, y más vino, dentro de las propias instalaciones.
Pero lo mejor de todo es que se aprende, aunque sea de una manera incipiente, a distinguir algunos aromas y diferencias entre uno y otro vino, la variedad de uvas con que se hacen y, principalmente, a apreciar la importancia que esta bebida tiene como parte de la gastronomía argentina.
El Valle de Maipú
Zuccardi es una empresa familiar que tiene sus campos y bodegas en el Valle de Maipú, a 35 minutos de Mendoza por carretera . De esta tierra poseen 170 hectáreas cultivadas, más otras 430 en Santa Rosa, a 50 kilómetros de distancia.
El recorrido comienza por su Museo del Vino, donde las botellas lucen en vitrinas como si fueran piezas arqueológicas. Exhiben sus vinos premiados y de las paredes cuelgan diplomas que los avalan.
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Hace 54 años el valle era un desierto al que el cielo no le da más de 200 milímetros de lluvia al año, además del deshielo que les regala la cordillera. En ese entonces, el ingeniero Alberto Zuccardi desarrolló un sistema de riego para aprovechar al máximo el escaso líquido disponible y darle vida a la tierra. Así, en 1964 pudo plantar en Maipú sus primeros viñedos, que demandan mil milímetros de agua al año para crecer y subsistir.
Hoy en la región, también toman agua de los pozos que van a los ríos subterráneos, llamados Napas, gracias a lo cual siembran más de treinta variedades de uva. Los Zuccardi tienen cuatro mil barricas de roble, producen ocho millones de litros anuales -aunque tienen capacidad para el doble-, y dan empleo a 500 personas de la localidad.
La vendimia se lleva a cabo de febrero a abril, lapso en el que cosechan 250 toneladas diarias de uva durante 80 días, fruto de las 3,300 plantas que tienen en cada hectárea.
Sumamente amables, al final del recorrido y la degustación los anfitriones nos reservan un festín especial: un largo desfile de platillos de la gastronomía local, con un vino diferente para cada uno, desde un rosado como aperitivo, pasando por blancos y tintos de diferentes uvas, hasta terminar con un oporto que a todos sorprende, hecho con uva Malbec, al que no pueden llamar oporto por ser una denominación de origen portuguesa, así que lo bautizaron como “Malamado”, que significa: “Malbec”.
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Valle de Uco
Otra de las empresas más importantes, aunque es un caso muy diferente, es Bodegas Salentein, que nació hace casi siete años, cuando una compañía holandesa compró añejos viñedos en el Valle de Uco, a hora y media de Mendoza.
Con dinero de la corporación, construyeron una faraónica bodega, que funciona también como atracción turística, con un avanzado diseño arquitectónico y tecnología de punta.
La edificación tiene forma de cruz y cada ala constituye una pequeña bodega con dos secciones: la primera, a nivel del suelo, alberga tanques franceses de acero inoxidable y cubas de roble para la fermentación y almacenamiento; la segunda, subterránea, se utiliza para la crianza del vino en bordelesas de roble. Los dos niveles permiten que el vino descienda de los tanques a las barricas a través de un sistema tradicional de transferencia por gravedad.
Las cuatro alas convergen en un espacio central, similar a un anfiteatro inspirado en los templos clásicos de la antigüedad.
En el Alto Valle de Uco, Salentein tiene tres fincas con un total de 2,200 hectáreas plantadas, superficie que aumenta en cien hectáreas cada año. Cuentan con cinco mil barricas, en su gran mayoría francesas y algunas estadounidenses, las cuales tienen una vida promedio de entre cinco y siete años.
Esta empresa exporta 65% de su producción, principalmente a Estados Unidos y Europa.
Los tours vitivinícolas han tenido tanto éxito en Mendoza, que Salentein incursionó ya en la hotelería, al abrir dentro de sus viñedos una posada de tan sólo ocho habitaciones. Muchos de los mil 500 turistas que los visitan en temporada alta, deciden quedarse a dormir por lo menos una noche, y algunos a pasar varios días.
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La ciudad
La mejor forma de llegar a Mendoza desde México es volar por Lanchile a Santiago de Chile y de ahí hacer la conexión. El vuelo entre ambas ciudades es corto, apenas 35 minutos, pero ampliamente disfrutable.
La sorpresa es que para llegar de Santiago a Mendoza, simplemente hay que “saltar” Los Andes, disfrutando así de uno de los grandes espectáculos que la naturaleza de la zona nos ofrece.
A gran altura, pareciera que al avión le queda poco espacio entre los picos nevados y el cielo. El pasajero siente que, si pudiera abrir la ventanilla y sacar la mano, tocaría el hielo de las puntas escarchadas de la cordillera.
Conforme pasan los minutos, el asombro de la majestuosidad de Los Andes aumenta e hipnotiza. El viajero contempla las cimas y las simas, las hondonadas y los precipicios, todo blanco, como un gran espejo que refleja el tibio sol de invierno. Este gigante silencioso apabulla y cautiva para después abrirse a los inmensos valles que rodean Mendoza.
Esta, es una pequeña ciudad con apenas 130 mil habitantes, pero contando a la población de sus zonas conurbadas alcanza el millón de pobladores en lo que llaman “La gran Mendoza”.
Urbe apacible, tiene dos características que la distinguen: sus grandes parques y las acequias, canales que conducen el agua de lluvia, que hay en la mayoría de sus banquetas.
Fundada en 1561, sus parques se deben a que tres siglos después fue destruida por un terremoto y la mayoría de las víctimas, 40% de la población, perecieron aplastadas por las casas en sus calles estrechas.
Al reconstruirse, se ordenó hacerlo con una nueva plaza central y cuatro plazas satelitales en cada punto cardinal, para que sirvieran como lugar de encuentro y zona segura en caso de un nuevo sismo. Este esquema urbano se repetiría cuando la ciudad alcanzara ciertas proporciones. Resulta curioso que las iglesias no tienen campanario por temor a los temblores.
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Las acequias sirven también para canalizar el agua de los aluviones que bajan de la cordillera en época de lluvias.
Mendoza tiene anchas calles de túneles vegetales que se forman con los álamos que hay en ambas aceras y que se tocan en las copas al inclinarse hacia el centro del camino, lo que invita a andarlas y disfrutarlas mientras se observan aparadores de los muchos comercios que hay aquí.
Es una metrópoli con mucho aire de provincia, por eso sorprende también que la cadena Hyatt decidiera abrir en ella un hotel de su categoría “Park”, la de más lujo y exclusividad: el Park Hyatt Mendoza, que es un punto de referencia en la ciudad, situado en la Plaza Independencia, uno de los sitios de mayor importancia histórica.
Antiguamente fue el Hotel Plaza, pero conservaron su estructura colonial del siglo XIX.
Y si bien su fachada es muy clásica, por dentro vive un hotel moderno, lleno de detalles y obras de arte, restaurantes y bares para recordar, además del mejor casino de la ciudad.
Al terminar el viaje, uno encuentra que sí existen suficientes razones para viajar a esta ciudad de Argentina donde, además de todo lo que se puede vivir, se nos derrumba el cliché de los argentinos arrogantes. Los mendocinos son amables, serviciales, cálidos y reciben muy bien a los mexicanos.
1 comentario:
Fui varias veces a Mendoza y pude conocer varios viñedos. Es una experiencia maravillosa el ver como se hace el vino y además podes probar varios de ellos. En muchos hoteles en mendoza te ofrecen el tour completo para ir a recorrer varios viñedos asique recomiendo preguntar en el hotel que cada uno se hospede.
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